Publicado 13 de Abril 2017
La historia del USB es corta pero intensa. Pendrive, lápiz de memoria, lápiz USB, unidad de memoria, llave, memorias… Una infinidad de denominaciones posibles para la memoria USB, ese gadget que se ha convertido en parte de nuestras vidas (tecnológicas) y que todos, de una manera u otra, alguna vez usamos, personalizamos o regalamos como artículo publicitario. Y lo tenemos tan interiorizado que no nos damos cuenta de lo mucho que han evolucionado y de la gran capacidad que un utensilio tan pequeño nos ofrece para almacenar todo aquello que necesitemos y llevarlo donde queramos. Y es que no siempre ha sido así. ¿Quién no se acuerda de aquellos disquetes de 512k y 1,4 Mb en los que guardábamos documentos, fotos y programas? A día de hoy, un dispositivo de esta capacidad sería irrisorio. En el post de hoy queremos echar la vista atrás para adentrarnos en los antecedentes de las memorias externas con una breve historia del USB.
Como siempre hacemos, empezaremos por el principio de la historia del USB. ¿Te has preguntado alguna vez qué significa USB? Son siglas en inglés para el término ‘puerto de seriado universal’ (Universal Serial Bus) y representa el sistema más común para la conexión de dispositivos a un ordenador. Las memorias flash o memorias USB son memorias externas que se conectan al terminal a través de ese sistema. Pero antes de que llegasen para revolucionar el mercado tecnológico, otros dispositivos hacían, de forma más rudimentaria y precaria, sus tareas. Era el caso de los disquetes de 3,5 pulgadas, que con la llegada del nuevo milenio empezaron a ser reemplazados por los nuevos pendrives o memorias USB externas. Así, en el año 2000 aparecieron los primeros modelos de memoria USB, comercializadas por las compañías Trek Technology, bajo el nombre Thumbdrive, e IBM, que sacó al mercado en esa fecha sus primeros DiskOnKey. Ahí empieza la historia del USB.
Las primeras capacidades disponibles para las memorias USB o lápices USB, que funcionaban gracias a baterías, pueden resultar ridículas a ojos de cualquiera hoy día. En sus primeros momentos, las memorias USB ofrecían un espacio de 8, 16,21 y 64 MB. Pero no olvidemos que su antecesor, los disquetes, habían salido al mercado con 1,4MB, lo que suponía multiplicar por hasta más de 10 su capacidad. Una auténtica revolución. Además, y frente a las interferencias electromagnéticas de los disquetes o lo delicado de los CDs con las ralladuras, el USB ofrecía una opción más segura y cómoda. Así es que poco a poco los nuevos sistemas de lectura de archivos fueron extendiéndose y evolucionando hasta hacer desaparecer por completo a los primigenios disquetes, aunque fue lento (en 2005 aún quedaban ordenadores con rendija para el disquete).
Tras los primeros modelos de la historia del USB, vinieron otras versiones mejoradas. La segunda generación de memorias USB externas (norma USB 2.0) ofrecían una velocidad aumentada en comparación con los primeros: eran hasta 20 veces más rápidos (30 Mbit/s). La tercera generación de las memorias externas (USB 3.0) mejoran a sus predecesoras en cuanto a tasa de transferencias, siendo compatibles con puertos USB 2.0 y con una interfaz que permite hasta 5Gbit/s. Casi nada. Y tampoco olvidemos que la capacidad ha ascendido al 1 Terabyte, lo que convierte a estos dispositivos en verdaderas máquinas.
En toda esta evolución, además de las obvias mejoras en especificaciones técnicas, hay un factor de especial relevancia. Y es que esta evolución ha traído consigo una importantísima bajada de precios que los convierte en un dispositivo tan deseado como accesible. Incluso para las empresas, que han descubierto en las memorias USB 3D personalizadas un perfecto aliado de sus campañas de marketing corporativo gracias a que tienen a su alcance una amplísima gama de USB publicitarios baratos, con opciones de personalización sin límites y con plazos de entrega reducidos. En USBpersonalizado.es te explicamos cómo hacerlo. ¿Nos acompañas?
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